noche de muertos


La Fiesta de las Ánimas

Es la noche de los altares, de la magia, de las velas de cera, del
incienso, de las ofrendas, de la flor amarilla de cemapasúchilt y del
morado lirio silvestre, de las "calacas" (calaveras de azúcar), del
recuerdo, de los crucifijos, del tequila y de la familia. Vivos y
muertos se encuentran en los cementerios en un fiesta de duelo y de alegría.
El día uno de noviembre en México vuelven las ánimas de los que ya hace
tiempo que estuvieron en la tierra para reunirse con sus antepasados. La
vida sólo es una fase de un ciclo infinito, una manifestación más del ánima.
Las ceremonias más importantes del estado de Michoacán son las de los
indios purépechas que viven en la orilla del lago de Pátzcuaro y sus
islas, en la meseta tarasca. La Fiesta de las Ánimas mexicana mezcla el
culto a los muertos de las culturas de los pueblos indígenas
prehispánicos y de la religión cristiana de los conquistadores
españoles. Los símbolos católicos conviven con los indígenas.
Los preparativos de la fiesta se inician en junio, con la siembra de la
flor del cempasuchitl, la que en México se conoce como "tiringuini" y
que el uno de noviembre cubrirá de amarillo los cementerios.
En el atardecer, cuando las mariposas blancas empiezan a llegar a la
orilla del lago, los purépechas dicen que ya van llegando las ánimas de
los abuelitos. 
Unos días antes de la celebración, los purépechas ya empiezan a ir al
campo para cortar flores, a arreglar los altares, y a preparar las
ofrendas y el pósole, la comida típica de la noche de los muertos.

Los espíritus que todavía están en la tierra

La mañana del uno de noviembre es un ir y venir de visitas. Las familias
que recientemente han perdido un ser querido se reúnen en casa del
difunto para recibir a los amigos y parientes que se sumarán a la
celebración. Prepararán altares de flores y frutas que vienen a ser una
especie de retrato del fallecido, porque en ellos colocan fotografías y
cualquier cosa que le gustaba para recordarle. Desde sus mejores
vestidos hasta la cerveza que bebía, la música que escuchaba o su
perfume preferido.
Guadalupe Hernández, de Morelia, junto a toda su familia, se ha volcado
en su tío Juan, que murió hace tres meses. Su casa está perfectamente
iluminada, un camino de velas y flores conduce a los visitantes hasta la
puerta, y en el interior hay un enorme altar. Allí se han reunido
quienes más le conocían para entregarle sus ofrendas y recordarle con
oraciones, cantos y una rica comida de platillos caseros. Hablan de lo
que fue su paso por la comunidad, de sus historias.
El espíritu de Juan, como el de todos los muertos recientes, todavía
está en su casa. Y el uno de noviembre las ánimas que ya se fueron, como
él, también estuvieron en la tierra vuelven para reunirse con sus
familiares y recoger a los difuntos del año. Su familia y amigos le
despiden en su últimas horas en la tierra antes de emprender el viaje
que le llevará con sus antepasados. Su finalidad es hacer más placentera
esta larga travesía.
Al caer la noche, Guadalupe y su familia se llevarán el altar de Juan al
cementerio, en su tumba. Allí encenderán una hoguera y pasarán la noche
en vela para acompañarle antes de que se vaya definitivamente.

Las Ánimas que vuelven

El uno de noviembre también es el día de los muertos que ya se fueron de
su cuerpo. Los cementerios se llenan de familias que se reencuentran con
sus muertos llevándoles ofrendas muy vistosas. Se sientan a contemplar
el altar y a orar por los muertos. Y, de vez en cuando, se arrodillan
ante la cruz para evocarlos. 
La campana del pueblo suena constantemente para orientar el camino de
las ánimas que vuelven. Esta noche, la comunidad purépecha siente la
presencia de sus antepasados y recuerda  lo que fueron con gran cariño y
respeto. Al amanecer, después de la misa, las familias dan la comida que
han llevado a las tumbas de sus difuntos a los más necesitados.
En el cementerio, es fácil reconocer las tumbas que ya han pasado una
fiesta de las ánimas porque tienen cruz. En las nuevas, donde yacen los
fallecidos del año, las colocarán sus parientes justo después de la
celebración, después de recibir la benedicción.

La Fiesta de los Angelitos

La noche del 31 de octubre está dedicada a los niños fallecidos. Sus
casas se adornan con flores, velas, juguetes, dulces y ropa. La familia
se reúne en casa del padrino de bautizo, donde empieza la celebración.
Mientras las mujeres cargan con las ofrendas, los hombres lanzan
cohetes. Se dirigen hacia la casa del "angelito" al ritmo de la orquesta
que les acompaña. Después de rezar un rosario, los padrinos invitan a
bailar a los padres y parientes, que a su vez les ofrecen nacatamales,
atóle o pózole. La fiesta dura toda la noche. Es una manera de entender
la vida y la muerte.